Las hojas de las vides empezaban a amarillear por la inminente llegada del Otoño, era un día ni frío ni templado pero con poco sol que echarse a la cara, por un estrecho camino de tierra y diminutas piedras, rodeado de viñedos, llegué ante la puerta de la bodega “Chatô la Poule aux Œufs D'Or”, situada en el corazón de la famosa región vinícola francesa de Borgoña.
Me recibe Jean Paul (Juan Pablo), propietario de la propiedad (la bodega), un señor alto, vestido de chaqueta, con porte varonil, bigote canoso y gorra, pero gorra de esas de lana, de las de vestir, no de esas de color verde con frontal blanco que rezan “Abonos Matías” que regalan las marcas, a modo de merchandising, y que tan de moda están entre los viticultores patrios. Que saber estar tienen estos franceses, que lujo, pensé, ahí de pie, frente a la puerta de roble que da entrada al edificio de marmol que alberga la bodega, amplia fachada repleta de columnas, porches y ventanales.
Nos saludamos amistosamente y le agradecí que en época de vendimia, con todo el trabajo que tienen encima, me recibiese para visitar la bodega y tratar de averiguar el motivo de que su vino sea el más caro del mundo.
Empezamos la visita a la bodega, todo mármol de la mejor calidad, un tipo de mármol traido de la india me comentó, un edificio lleno de grandes escalinatas, altos techos, lámparas de araña y delicadas obras de arte repartidas por todas las estancias... y es que no se puede elaborar el vino más caro del mundo en cualquier sitio. Pero antes de seguir por dentro del edificio, Jean Paul, me obligó a salir al exterior para ser testigo de la vendimia y poder ver con mis propios ojos como la uva brota desde el campo a la bodega.
Llegamos al viñedo que estaban vendimiando en ese momento, la Filarmónica de Viena tocaba delicadas notas para que el arranque de las bayas fuese lo menos traumático posible para la vid. Debajo de los chubasqueros (porque amenazaba lluvia) se intuían los elegantes esmoquines vestidos para la ocasión.
Por todo el campo deambulaban famosas modelos femeninos y masculinos (de los que salen en las portadas de las revistas de moda) en ropa interior, con los cuerpos untados en aceite, que recogían una a una las uvas, y se la pasaban a modo de testigo, a los bailarines, del Ballet Ruso de París, que la llevaban hasta la bodega, sobre un delicado cojín de seda diseñado por una prestigiosa firma del mundo de la moda, mientras danzaban al son de la música que tocan los vieneses. Como poco se encontraban unas 1000 personas, de elevado caché, vendimiando media hectarea.
Jean Paul me comentó, que la Filarmónica de Viena acude en días alternos, y todas las noches de luna llena, tocan piezas de diferentes autores dependiendo del ciclo vegetativo de la vid.
-“No es lo mismo interpretar a Chopín que a Wagner durante el envero (cuando las uvas cogen color), Beethoven mejora el grado de la uva justo antes de la vendimia”.- me aclaró el propietario añadiendo que era fundamental elegir bien a los compositores dependiendo del momento, climatología, variedad y terreno.
La visita continuó entre viñedos ya vendimiados y sin vendimiar, recorríamos los diferentes campos mientras contestaba a mis preguntas sobre la producción por hectárea de sus viñas, y me sorprendió mucho que tan solo unos pocos cientos de kilos por hectarea se recogían cada año.
-“Descargamos mucho el viñedo, tan solo un racimo por planta, para que la vid ofrezca toda su potencia a un solo punto y así obtener los matices de la variedad muy concentrados”.- aclaraba Jean Paul.
Seguimos a los bailarines, que haciendo piruetas y sujetando los cojines llevando una única uva, nos condujeron hasta la parte trasera de la bodega donde existe un acceso a la sala de depósitos y que, según Jean Paul, es el sitio donde ocurre la magia. Dentro se encontraba la Coral de Marsella armonizando, a viva voz, como se depositaban, una a una las bayas dentro de los depósitos, no de acero inoxidable, sino de oro macizo, donde el mosto se hará vino y esas otras cosas que pasan en las bodegas.
-“El oro le da una categoría al vino cuando fermenta que no se consigue con cualquier otro metal, tenemos también unos depósitos de plata de ley para la maloláctica”.- matizaba Jean Paul.
Llegamos a la sala de crianza, donde el vino es introducido en las barricas de roble para su guarda. Jean Paul me confesaba que son todas nuevas, de roble francés cultivado en las laderas del Himalaya regados con agua de glaciar de Groenlandia para obtener el grano en la madera necesario para que sus vinos adquieran el carácter del que hacen gala. El fuego para tostar las barricas por dentro es alimentado con cuadros de Van Gogh y Picasso... me comenta que un año utilizaron obras de Andy Warhol pero que el vino les salió muy rasposo y desecharon utilizar las obras de artistas pop.
-“Criamos el vino durante 3 años en barrica nueva, es decir que cada año lo cambiamos a otra barrica nueva, nos gustaría cambiarla cada 5 minutos, pero no todo puede hacerse en esta vida. La barrica vaciada la utilizamos para leña, no queremos que ningún otro vino tenga nuestras características ni utilizarla para hacer otro vino de menor categoría”.- sentenciaba Jean Paul.
Como colofón final, Jean Paul, me mostró la embotelladora y el almacén donde guardan las botellas. Como no podría ser de otra manera, todo es de última tecnología y de la mejor calidad: Las botellas de fino vidrio contenían cristales de Swarovski incrustados, corchos obtenidos de alcornoques plantados en las laderas del Monte Etna en Sicilia, etiquetas pintadas a mano por uno de los artistas contemporáneos más cotizados...un despliegue de medios tan solo a la altura de un vino tan exclusivo.
Jean Paul, tras descubrir que no era un importador chino que quería comprarle muchas botellas (el no entenderme con el traductor aceleró dicha deducción) y, con la excusa de tener que hacer algo en el pueblo, me despidió a las puertas de la bodega esperando haberme aclarado el motivo por el cual para comprar una botella de su vino hay que poner un par de pisos como aval de un crédito al consumo.
Se montó en un Opel Corsa de más de 15 años, repleto de abolladuras y lleno de herrumbre que chirriando y petardeando se alejó por el mismo camino que entraba yo al principio.
Impulsado por la curiosidad le pregunté a un violinista de la Filarmónica de Viena, que estaba afinando su instrumento a la entrada de la bodega, por esta última curiosa escena del destartalado vehículo para el propietario de semejante lujosa villa.
-“Muchos gastos y poco margen de beneficio, Jean Paul vive en una caravana vieja situada en un descampado al norte”.- me contestó, escupió en el suelo y volvió hacia el viñedo a seguir armonizando la vendimia.
Escrito por ALBERTO DITO | |
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Me gusta el vino, que se le va a hacer, también la cerveza, la sidra y en general todas las cosas de beber... poco a poco he conseguido que mis hobbies (vicios) fueran la forma de ganarme la vida (o intentarlo) y ahora estoy tratando de construir la tienda de vicios (o vinoteca) a la que me gustaría ir a mi a comprar y que, tras muchas botellas la llamamos ¡Pop! The Wine. Del vino solo hay que tener una cosa clara: Que cuanto más se bebe menos se sabe. |
1 comentario:
Gracioso, aunque un poco largo
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